No me digas que nunca has comunicado con un animal.
Disculpa, no me lo creo.
Piénsalo un poco más.
Dale una vuelta.
A ver. Cuando supiste de forma intuitiva que estaba malo y le tenías que llevar al veterinario. Cuando lo viste en la protectora y supiste que le habían maltratado a pesar de que estaba tranquilo en ese momento. Cuando sabes que no está de buen humor aunque se comporta de la manera habitual.
¿A que sí? A que te ha pasado algo similar a lo que cuento arriba. Todo el mundo tiene un ejemplo. Casi todo. Si eres de los que no tienen un ejemplo, no te preocupes, pronto lo tendrás, el tuyo propio.
Los animales siempre se han comunicado mediante la transmisión de contenidos psíquicos, esto es, imágenes, ideas, emociones, pensamientos. Sólo los seres humanos nos resignamos a no comunicarnos mediante telepatía por la sencilla razón de que podemos usar la palabra, y porque se nos ha dicho que no podemos hacerlo, y nos lo hemos creído.
He dicho telepatía, sí. Hermosa palabra que etimológicamente es heredera de dos palabras griegas, Tele: distancia, y pathos: sentimiento. Lo que hacemos es sentir en la distancia a otro ser.
Esto de la telepatía es un ejemplo típico de lo que nadie habla pero que a todo el mundo le pasa. Las llamadas “coincidencias”, como acordarte intensamente de una persona y en ese momento suena el teléfono y es ella. O entenderse en público, sin palabras. Te quieres ir de una fiesta, miras a tu pareja que está hablando en un grupo de 4, instintivamente gira la cabeza, te ve y asiente. Empieza a cerrar la conversación que tenía con su grupo. Habéis acordado, sin una palabra, que es el momento apropiado para retiraros.
La telepatía, por tanto, es también la transferencia y recepción de necesidades, intenciones y deseos de forma transparente. Por lo general, no es consciente en los seres humanos debido a que tenemos muchas capas de información y tenemos que elegir a cuales de los millones de estímulos que recibimos en cada momento hacemos caso. Si yo considero que mi supervivencia depende en este momento de que identifique un semáforo en rojo, es muy posible que no pueda estar a la vez percibiendo las emociones de la persona que viaja como copiloto.
Pero si yo me muevo en la selva atenta a lo que pueda percibir, porque sé que soy el animal más indefenso, el que peor oye, el que más ruido hace al moverse, el más lento corriendo y el que más inofensivas garras y mandíbulas tiene, es muy posible que se me agudice un “sexto sentido” y sepa, sí, sepa, que hay animales mirando cómo me abro camino entre la maleza. Sentir la presencia de un gran felino puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Yo no puedo explicar en qué consiste la telepatía, ni cuáles son los mecanismos por los que se produce. Precisamente porque tengo una formación académica científica y racionalista, no me voy a conformar con una explicación que sea menos que eso, y ahí la ciencia todavía no ha llegado, aunque ya haya personas que están trabajando en ello.
Pero soy un cuerpo y un ser con el que puedo tener experiencias. Y la experiencia me dice que la telepatía existe y que sólo hay que practicar para recuperarla. Fíjate que ni siquiera es necesario creer en ella. Mi primera aproximación consciente fue precisamente para desmentirla. A pesar de que ya había tenido experiencias telepáticas, no las reconocía como tales o las había echado en el cajón de sastre de “lo que no entiendo”.
A mi modo de ver, lo más interesante de la telepatía es que puedes obtener información que te va a permitir amar mejor a tu animal.



